La
historia de los roles de género llevan en toda Latinoamérica y en el mundo una
larga historia que tiene su raíces en la filosofía más antigua heredada desde
los griegos y romanos, quienes ejercían el patriarcado como principio que regía
su orden social. Aristóteles (A. Sánchez, B. Ruiz, 2009) definió la ciudadanía
a la posibilidad de participar en el poder político, la mujer, de esta forma,
constituía el sector social más alejado de la posibilidad de participar en él,
por lo que no podría ser considerada nunca en ciudadanía.
Desde
sus inicios entonces podemos ver tendencias muy marcadas al hablar de los roles
masculinos y femeninos, tendencias de pensamiento reflejadas en la conducta que
a través de la tradición se conservan en el tiempo, este trabajo pretende
analizar desde el punto de vista social, cultural, religioso
y psicológico las actitudes llamadas machismo y marianismo.
El Consejo
Latinomericano de Ciencias Sociales CLACSO, (2007) realiza una recopilación de
investigaciones acerca de la Familia y su diversidad, basado en estudio de
casos, en el cual se aborda el tema de
la actuación de las mujeres para comprender el actuar de los hombres en su
posición de dominación. Es totalmente necesario describir las complejidades que
se esconden en la parte de la normativa social, si bien no se puede generalizar
el hecho del rol dominante en el hombre, ya que, existen casos en los que el
rol de dominación en contra de las tradiciones culturales es cedido en espacios
de poder y decisión a la mujer. Sin embargo los estudios que recopila la CLACSO,
indica que la pobreza es un factor predisponente a este tipo de conducta, la
incapacidad de poder cumplir con el papel otorgado por excelencia al esposo,
que es el de proveedor, puede llevar al aumento de los comportamientos de
“macho”.(Gilmore, citado en Moisés, 2012)
Por
otro lado las normas sociales y culturales marcan este esquema de género que
propulsa las actitudes machistas, las cuales no son consideradas una reacción
unidireccional, (Villareal, citado en Moisés, 2012) sino que son claramente
reforzadas y validadas dentro de nuestro medio Latinoamericano, y en el caso de
Ecuador en casi todas las prácticas culturales, sociales y religiosas.
La
realidad del contexto del ecuatoriano muestra crónicas en donde el machismo se
manifiesta de diversas formas, Ecuador es uno de los países de América Latina,
según un informe de la Cepal, en donde existen mayor cantidad de casos de
violencia conyugal contra la mujer, basada en el consumo de alcohol, la
inseguridad, los celos o simplemente por el hecho de ser mujer. Según cifras del
área de Prevención y Atención del Centro Ecuatoriano de Promoción y apoyo a la
Mujer (Cepam), una de cada 4 mujeres han sufrido violencia sexual, y según el
Consejo de Participación Ciudadana el 60,6% de mujeres son víctimas de
atropellos psicológicos y físicos. En
las mujeres indígenas se han incrementado los niveles de violencia física,
sexual y psicológica al 59,3, siendo ellas quien sufren más violencia de
género, y las afrodecendientes llegan al 55,3% de discriminación. (El telégrafo, 2015).
Al
menos 6 de cada 10 mujeres han vivido situaciones de violencia en el Ecuador,
según la encuesta Nacional de Relaciones Familiares y Violencia de Género
contra las mujeres elaborada por el INEC, en el 2011 (El Universo, 2015)
En
el 2007, el decreto Ejecutivo 620 declara como política de estado la erradicación
de la violencia de género, para lo cual se elaboró el Plan Nacional de
Erradicación de la violencia de género hacia la niñez, adolescencia y mujeres,
que desde el 2014 está presidido por los Ministerios de Educación, Inclusión
Económica y Social, Ministerio del Interior, Salud Pública y a los Consejos
para la Igualdad de género e Intergeneracional. (El Universo, 2015).
Han
transcurrido 8 años y las autoridades declaran que la situación sigue siendo
grave, ya que no se han podido transformar patrones socioculturales, creencias
y prácticas que han reforzado y mantenido estas actitudes y conductas de
violencia o coacción fundamentadas en género. En el país predomina una cultura
patrialcal, como en la edad media, el machismo y el androcentrismo en el que
mayoritariamente se prepondera la opinión y el criterio del hombre, como lo
explica Annabelle Arévalo, coordinadora del Cepam. “El que hayamos avanzado en algunas
áreas en las que la mujer se desarrolla, no significa que la violencia ha
desaparecido porque tiene que ver con cambio de concepciones, de lo que
significa ser hombre y lo que significa ser mujer y en ese cambio tiene que
haber una rehabilitación en los hombres y una reeducación en la población”.
(El Universo, 2015).
Esto
no es extraño cuando uno mismo puede percatarse de actitudes como cuando al
tratar de ayudar a una mujer que está siendo atacada físicamente por su esposo
recibe a cambio insultos y gritos por parte de la misma mujer, quien alega:
“marido es y puede pegar”, ¡no te metas!.
En
un estudio realizado por Alfonso Moises de la UNAM (2012) se describen al
arquetipo cultural de la masculinidad al machismo, y el arquetipo cultural de
la feminidad al marianismo en Mesoamérica, pero la similitud entre las
actitudes mencionadas con las de Ecuador, nos hacen volver sobre estos términos
para la comprensión de estas estructuras comportamentales.
El
machismo es definido como el culto especifico a la virilidad cuya
característica más importante es la conducta agresiva y la intransigencia en
las relaciones interpersonales entre varones y por el otro lado la arrogancia y
agresión sexual en las relaciones varón hembra. (Stevens, 1973, citado en
Moises, 2012).
Sabiamente
Octavio Paz (1959) visualiza tal conducta de “macho” homologándola a la del
conquistador español, siendo la imagen del cacique, señor feudal, hacendado, gamonal,
amo y todas las figuras dominantes que históricamente han estado gobernadas por
el género masculino.
Existen
también profesiones que culturalmente han sido asignadas expresamente a los
hombres, como la ingeniería, la arquitectura, así como roles sociales como el
presidente, el político, el jefe, por lo que, el rol del varón posee
características asignadas transgeneracionalemente, las mismas que influyen en
su desempeño laboral, familiar, social, y actitudinal dándole una posición de
superioridad sobre la mujer, para quién algunas actitudes e incluso roles
sociales quedan vetados o son mal vistos.
En
la ciudad de Cuenca del Ecuador, tenemos por ejemplo que el fumar y el ingerir
bebidas alcohólicas es aceptado para los hombres pero cuando una mujer lo hace
es muy mal vista.
Por
otro lado el termino Marianismo, es una actitud menos aparente y mas implícita
en la cultura, que rinde culto a la superioridad espiritual de la mujer
(Stevens, 1973, citado en Moises, 2012) esta actitud coloca a la mujer en una
posición semi divina, moralmente superior y con más control sobre los impulsos
e instintos por esta gran fortaleza espiritual.
El
termino marianismo puede ser asociado con la figura de la Virgen María y la
influencia de la religión sobre nuestra cultura. Desde el momento de la
creación en el que Eva muerde la manzana y cede ante la tentación, la mujer
debe pagar eternamente su culpa, a pesar de haber sido perdonada, sigue
pariendo con dolor y es echada fuera del Paraíso junto con Adán.
La
biblia dice en su pasaje del Génesis 3:16 (Dios a Eva) Dijo a si mismo a la
mujer: “Multiplicaré tus trabajos y miserias en tus preñeces; con dolor parirás
los hijos, y estarás bajo la potestad o mando de tu marido, y él te dominará.”
Estos
textos denominados sagrados, tienen hasta hoy una gran influencia en el
pensamiento del Pueblo, a pesar de que si revisamos la época a la que pertenecen
estos manuscritos concluiríamos que son acordes y aceptables para la época en
la que fueron creados.
En
los hogares cuencanos, se inculcan aún pensamientos basados en la dominación
del hombre, haciendo referencia al marianismo, por ejemplo, el recomendar a las
hijas que van a contraer matrimonio asumir la total responsabilidad sobre las
tareas domésticas, y la crianza de los hijos sin importar si la mujer también
trabaja 8 horas al día, y es un pilar económico fundamental del hogar. Sin
mencionar que en el ámbito laboral el hecho de competencia y desempeño muchas
veces es desestimado a la hora de ascensos, especialmente si la candidata es
madre de familia, ya que no podrá entregarse en la medida que un hombre lo
haría.
En
cuanto a los roles y derechos sociales tenemos mucho por decir acerca de la
mujer históricamente sabemos que en 1920 se inicia la lucha para poder acceder
al derecho del voto, y en 1941 se elige a la primera diputada del país, pero su
fue relegada de su cargo para ser posicionada como suplente, a lo que existe
una gran manifestación a favor de la igualdad en términos de género y política.
Pero en el Ecuador quedan aún huellas
mucho más profundas dejadas por el machismo, así tenemos el caso de la Primera
Presidenta de la República, quien luego de un “golpe de estado” al Presidente
Abdalá Bucarán Ortiz (quien luego fuera declarado enajenado mentalmente), asume
como segunda al mando el cargo correspondiente. Así mismo fue revocada de su
cargo a los tres días de ejercerlo, en sus declaraciones menciona: “Yo ´perdía
la presidencia de la República de mi país por ser mujer, me tocaba quedarme
hasta el año 2000 (tres años), y me toco muy poco por ser mujer” (Diario las
Palmas, 2012)
Antes
de concluir existe puntos importante por tratar, uno de ellos es la parte
biológica y su relación con la masculinidad. Las teorías biológicas, con Darwin
y Lorenz como representantes, afirman que la violencia es un instinto que se
desarrolla a nivel individual o grupal, y que además es una característica
propia de la especie humana, ya que los demás animales poseen un mecanismo
autolimitador que el hombre ha perdido, por lo que nuestra acción destructora
es más intensa, cabe aclarar que estamos hablando de agresión que no es lo
mismo que violencia, la primera está íntimamente relacionada con la
supervivencia de la especie y la evitación de estímulos dolorosos, la segunda
quedaría relegada a constructos culturales. (Keane, J. 2001).
Un
factor biológico que muchos investigadores han debatido es la violencia como
producto hormonal, la presencia de testosterona como causa de agresión y
conducta violenta, ante una situación percibida como amenaza. (Dabra, S. y
Martí- Carbonelli, S. 1998).
El
segundo punto relevante a discutir es el de la violencia como un patrón
aprendido de conducta, una respuesta a un estímulo condicionado al que se
asocian afectos aversivos (Watson y Skinner), como respuesta reforzada
positivamente en el ambiente que rodea al organismo (Watson y Skinner), como
imitación de conductas ajenas reforzadas (Bandura) (Gonzales y otros, 1993).
Ejemplificando esto tenemos una tradición cultural de la zona sierra del Ecuador,
Cañar, en donde un hombre después de contraer matrimonio debe hacer “arishca” a
su mujer, es decir darle una golpiza a su mujer después de la noche de bodas,
para garantizar su obediencia y buena conducta, para dejar claro quién manda en
el hogar.
Nos
encontramos aquí ante una gran discusión que ha de ser mediada en la aceptación
de la conducta agresiva como una parte biológica de la naturaleza humana pero
que no justifica las conductas machista y, o marianista, ya que estas sería de
carácter estrictamente social, cultural y antropológico. Aún así no dejamos de
preguntarnos ¿Porque si las sociedades evolucionan sigue manteniéndose este
tipo de conductas que soslayan el papel de la mujer histórica, social y
culturalmente?, ¿Somos las mujeres las causantes principales de no vivir en una
sociedad igualitaria y justa?
Para
poder responder a estas preguntas deberíamos revisar nuestras tradiciones,
nuestros sistemas educativos y políticos, que siguen solapando la
diferenciación de género en cuanto a derechos y oportunidades, a la mujer misma
le cuesta soltar estos patrones de conducta que la victimiza y le da
vulnerabilidad y fragilidad frente al sexo opuesto, como criterio personal
pienso que la educación en nuestros hogares es la fuente primordial de desarrollo
de género y que lastimosamente sigue plagada de la herencia transgeneracional
de lo que significa ser una mujer, una madre, una ama de casa. Aún no logramos
vernos integradas a la sociedad como profesionales exitosas interesadas por la
política y los derechos ciudadanos de igualdad y libertad de expresión de
nuestro género. Tenemos un largo camino, a pesar de que históricamente las
mujeres han venido luchando por una sociedad más justa e igualitaria siglos
atrás, tenemos leyes y códigos que nos protegen pero lo más duro de vencer son
nuestras limitaciones mentales, arraigadas en creencias heredadas de generación
en generación por nuestras madres, el “no puedes, eres mujer” debe ser
derribado, sabemos que somos capaces, pero debemos romper las cadenas del
marianismo y demostrarnos a nosotras mismo que podemos inculcar ahora y a
nuestra descendencia valores diferentes sin importar que rompan esquemas y
generen polémicas si de justicia se trata. No debemos solapar más la dominación
y la sumisión, comencemos por nosotras.
BIBLIOGRAFÍA
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