Muchas personas (hombres y mujeres) se vuelcan en contra de las
políticas de protección a la mujer, o rechazan el término feminismo, alegan que no hay
nada como la igualdad, que hombres y
mujeres somos iguales y tenemos los mismos derechos, que el feminismo es un
constructo imaginario para respaldar pensamientos extremistas acerca de la
sobrevaloración de la mujer en las sociedades y en el mundo. Por este tipo de
pensamientos debo llamar a una reflexión, la igualdad es una de las utopías más
hermosas que ha creado el pensamiento, sin embargo, no existe de manera general para todos los seres en este planeta.
Debemos comprender sobre todas las cosas que si las leyes apuntan a la
protección y a la valoración de las minorías, es porque estas se encuentran en
desventaja, y esta es la realidad femenina, reclamos burdos de por qué a una mujer se le asignan más puntos en
una carpeta para un concurso de trabajo (uno de tantos otros reclamos), es
parte de la ira en contra del “feminismo” que algunos reduccionistas de
pensamiento proclaman, pero no pensamos en que es mucho más difícil ser
contratado a nivel laboral cuando se es mujer, y peor cuando se tienen hijos, y
que por esta razón se ha instaurado esta ley, para equilibrar la balanza entre
capacidades y prejuicios de género.
El feminismo no apunta a la superioridad de la mujer sobre el
hombre, es una doctrina que pide para la mujer el reconocimiento de unas
capacidades y unos derechos que tradicionalmente han estado reservados para los
hombres. Es una realidad hombres y mujeres
no somos iguales, física, psicológica, y emocionalmente, tampoco existe una
superioridad de género, pero debemos empezar a aceptar nuestras diferencias
para una mejor convivencia y para poder pensar en vivir la igualdad como una
realidad.
La violencia hacia la mujer es tipificada porque va más allá de
ser simple violencia entre seres humanos, cuando el género de una persona se convierte en su vulnerabilidad para ser
blanco de abusos, discriminación e incluso asesinato, debe ser diferenciada
para que su etiología y causas puedan identificarse con miras hacia su
erradicación en una sociedad más justa y perfecta.
El pensamiento al rededor de la violencia hacia la mujer nace de
conversaciones con personas muy cercanas a mí, estudiantes, amigas, familiares,
e incluso mi experiencia personal que convergen en un punto central: la normalización de la
violencia y las conductas machistas en nuestra cultura. Y es que si
revisamos las noticias sobre todo de Latinoamérica en los últimos seis meses,
la brutalidad, no solo la violencia contra la mujer, se ha vuelto un tema del
día a día, en donde se habla de violaciones masivas, empalamientos y obviamente
femicidios, me encantaría que esto fuera solo mi percepción sensibilizada hacia
los temas "feministas", pero en realidad son verdades que penosamente
nos asechan a nivel mundial.
Según publicaciones del UNICEF en Ecuador 1 de cada 2 mujeres
(48,7%) ha recibido algún tipo de agresión por parte de los hombres con quienes
tienen o tuvieron una relación de pareja. El mismo documento afirma lo paradójico que
resulta el hecho de que quién dice amar y proteger a las “mujeres” de acuerdo
con su mandato de rol son quienes las agreden para causarles daño, dolor o
sufrimientos. Estos datos resultan desgastantes, y eso sin abordar la violencia
de género por parte de desconocidos en casos de violación y otros, que son los
titulares de prensa al menos una vez por semana. Sin embargo debemos reconocer
pensamientos retrógrados que de alguna manera justifican este tipo de proceder,
cuando nuestras autoridades ( por ejemplo: en un caso tristemente conocido de
femicidio, hacia dos jóvenes turistas en el 2016) mencionaban que la culpa es
de la mujeres, por viajar solas, por fumar marihuana, por aceptar invitaciones
de extraños, pero en realidad es tanta la culpa ¿como para ser asesinada?.
Por esta y otras tristes realidades tenemos que llamar a las cosas
por su nombre: sí, existe el
FEMICIDIO, y si, luchamos por un
FEMINISMO, que nos permita cosas que para un hombre son triviales, como el
poder caminar tranquila en la noche sin temor de ser violada o asesinada, como
el poder acceder a un puesto de trabajo, sin que me cuestionen cuántos hijos
tengo o voy a tener, o poder embarazarme con tranquilidad, sin temor a ser
despedida de mi trabajo. Por eso cuando pienso en la violencia en la pareja, la
cuál es de hecho una realidad tangible para muchas mujeres de nuestro país,
pienso a la vez en que es solo un eslabón mas de la gran cadena que aún
sostiene la desigualdad de derechos relacionados con el género.